A medida que
pasan los días y ya viviendo el Ecuador de la Semana Mayor vamos siendo
conscientes de lo vivido haciendo balance cada día a modo de resumen de los
mejores momentos de estos días que con el paso de los meses será lo destacable
de esta nueva primavera que vivimos.
Situados en el
Miércoles catedralicio de nuestra Semana Santa y encarando el que sin duda es a
título personal el momento más especial de estos días, aún resuenan en mi mente
los sones de corneta que visten los recuerdos que viví en otro día grande de mi
Semana Mayor junto a dos hermandades que poco a poco y con el paso de los años
han conseguido hacerme sentir cofrade más a allá de unos titulares o de una
cofradía.
Llega un nuevo
Miércoles Santo de sentimientos entrelazados, en un día en el que el nombre de
la Madre reina en el sentimiento de todos los que hemos nacido estudiantes y
por más que pasen los años, a veces más y a veces menos cercanos a la cofradía,
nos mantenemos en la distancia prudente suficiente como para no escapar a vivir
la magia del Miércoles Grande del año.
A medida que
pasaban los días de Cuaresma, acercarse por la cofradía era un encuentro
continuo con las viejas caras que representan la veteranía de una Semana Santa
escuela de casi todos y que por más que las fechas o las circunstancias que
marcan la vida diaria de cada uno a veces nos tengan algo dedicados a otros
asuntos, el paso por los aledaños catedralicios no podían dejar indiferente
estos días a ningún estudiante de corazón y de tradición.
Dicen que en ocasiones
es conveniente volver a los orígenes para recordar quienes somos y aunque cabe
la posibilidad de que me equivoque, quiero pensar que la Hermandad está
volviendo a descubrir no un principio pero sí a un pasado glorioso que marcó
los años de oro de la cofradía y en mi caso los más inocentes y por tanto
bonitos que recuerda mi Semana Santa a titulo personal por ser éstos los de mi
infancia.
Acudo a la
catedral esta tarde como ya lo hice hace algunas semanas, con la ilusión del
encuentro con la Madre sabiendo que junto a ella volveré a ver un año más a
aquellos que sé que nunca van a faltar a una cita pero descubriendo en todos
una expresión de rostro perdida desde hace tiempo.
Nunca he creído
en la mala fe de alguien por naturaleza y sí que el comportamiento de los seres
humanos se moldea conforme a las experiencias que poco a poco se viven en un
determinado entorno y que hacen que cada uno adopte una actitud más o menos
predispuesta. Las últimas décadas han marcado la predisposición de algunos
haciendo que el devenir de nuestro Miércoles Santo haya sido seguido en esa
distancia prudente a la que me he referido al principio, a veces por
experiencias propias y otras por las experiencias de otros que erróneamente
hemos adoptado como propias, haciendo de las batallas de algunos las nuestras
personales sin darnos cuenta y adjudicando a unos y otros pensamientos,
opiniones o caracteres que no sólo nos han alejado entre nosotros sino que de
la misma forma lo ha hecho de ese sentimiento “verde esperanza” que cada Miércoles Santo demostramos albergar
en el interior y que olvidamos sin apreciarlo el resto del año.
Podemos
encontrarnos ante un nuevo Miércoles, podría ser el inicio de un cambio si
todos los que están lo saben entender así, si quienes tienen la posibilidad
saben de nuevo acercar a los que se alejaron, o a las generaciones
descendientes de éstos, grandes desconocidos entre nosotros pero
tradicionalmente influenciados por otros en muchos casos.
El tiempo va
marcando etapas y lo bonito de ellas es terminarlas para recordar y analizar lo
mejor de cada una, aquello necesario de cambiar y aquello imprescindible de conservar.
Viki Ortiz Sánchez
04 de abril de 2012, Diario de Almería
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